Definitivamente Lucia Joyce murió de pena.
En serio, Samuel Beckett no la quería y se murió de pena.
Murió
de pena y desde entonces me gusta contarlo por los bares; entro, me
siento lejos de la salida, y repito una y otra vez en voz no lo
suficientemente baja que Lucia Joyce se murió de pena, esperando a
alguien que siempre me rebata convencido que uno no puede morirse de
pena.
Lucia Joyce se murió de pena, les suelo
responder mirando al vaso. Entonces me levanto despacio y recorro el
agónico camino de vuelta a casa.
De que alguien se vuelva loco lo único que se recordará con el peso del tiempo es que lo estaba.
Claro que uno no puede morirse de pena, pienso, pero puede dejarse matar.
A mí se me cayó de pena el mar a los pies, que a morir de pena nos batimos en duelo. Cuando quieras.
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